Pablo Zelaya Sierra fue un pintor hondureño de reconocimiento internacional. El máximo Premio Nacional al Arte hondureño lleva su nombre. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de la república de Costa Rica, entre 1918 a 1919, al mismo tiempo que ofrecía la clase de Dibujo en la Escuela Normal de aquel país.
En 1920 partió a Madrid, donde estudiaría gracias a una beca de la cooperación española en Honduras en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo allí discípulo de Manuel Benedito y Daniel Vázquez Díaz. Permaneció en Europa hasta 1932, periodo en el que participó en diversos eventos de arte.
Retornó a Honduras en octubre de 1932, bajo sus brazos llevaba gran parte de la producción realizada tras sus años de educación artística en España.
Durante su proceso de formación en la Escuela de Dibujo, Pintura y Grabado de Madrid, el artista hondureño no solo se destacó por sus notables calificaciones, sino por haber asimilado de la mejor manera las corrientes vanguardistas de su momento histórico, mismas que le permitirían edificar un discurso propio de validez universal.
Zelaya Sierra logró destacarse en Europa, la crítica de arte empezaba a reconocer su presencia en el mundo del arte madrileño, pero sus aspiraciones y proyecto estético-pedagógico le obligaron a apresurar su retorno a su amada Honduras.
Lamentablemente, el artista de Ojojona falleció a tan solo cinco meses de haber arribado al país.
La Honduras a la que retornó Pablo fue sorda a su proyecto y las circunstancias de su momento le provocaron un derrame cerebral que le condujo a su deceso.
Pablo fue velado y enterrado por sus amigos y colegas artistas, sin embargo, no le acompañó ningún funcionario de gobierno que, por cierto, hicieron caso omiso a la petición de un grupo de intelectuales españoles que solicitaron una pensión para su esposa e hijo que residían en el país europeo.
A noventa años de su fallecimiento, la situación para los artistas en Honduras no es distinta. Muchos mueren en el anonimato, en la precariedad y la pobreza extrema.
Poetas, músicos, artistas del teatro, literatos y pintores han sido víctimas de la precariedad de la marginalidad social que provoca una sociedad que poco espacio les concede a las actividades que enaltecen y edifican lo humano.